Sentada en la piedra, Ana veía el mar azul y profundo. Profundo como sus pensamientos. Pensaba en la belleza de la naturaleza, específicamente, en la belleza del mar y en el mundo que existía en aquella inmensidad.
Pasaron las horas cuando, poco a poco, dejo de escuchar el mar, el viento, las piedras y todo lo que la rodeaba. Absorta en sus pensamientos comenzó a sentir serenidad, esa serenidad que le producía al escuchar los latidos de su corazón y el ritmo de su respiración. Ana pensaba en la tranquilidad que sentía con su ser y lo agradecida que estaba por haber tenido la oportunidad de presenciar la belleza que tenía frente a sus ojos.
Sentada en la piedra, Ana veía el mar azul y profundo. Profundo como su pensamientos. Y fue justo en ese momento cuando no podía imaginarse algo que no fuera la felicidad.

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