En un vaivén de emociones recorrí las calles de la Roma, pasamos por jardines, locales y casas. Observamos personas, perros y gatos. Nunca supe a dónde iba, nunca supe lo que ella sentía.
A veces recorríamos las calles suaves como el viento. Otras veces pesadas como el plomo. A veces la sentía libre como el río y otras veces enjaulada como un pájaro.
Mis ruedas giraban, giraban, giraban sin parar, distrayendo en ella su gran pesar. Mis ruedas latían, latían, latían sin frenar, sintiendo en ella su corazón palpitar.
Pero en un día extremadamente gris, sentí su voluntad parar. No estaba alegre ni triste, solo me preocupé por lo que podía pasar. Olvidada en una banqueta fría, vi cómo se alejaba sin voltear atrás. Quien me lea espero que la recuerde bella, cariñosa y con un brillo singular, aunque hoy sean sólo recuerdos y nada más.
Espero que haya encontrado lo que buscaba sin cesar y que no haya hecho una locura por no poderlo encontrar.
Una neblina de tristeza recorre por mi cuerpo, al pensar que su figura sólo queda en mi memoria. Hoy sigo en esta banqueta fría, observando a la distancia, esperando ansiosamente que, algún día, pueda pasar aquella niña que me solía montar.


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